domingo, 18 de diciembre de 2011

18 DE DICIEMBRE NUESTRA SEÑORA DE LA ESPERANZA, EXPECTACIÓN POR EL PARTO, NUESTRA SEÑORA DE LA O.

NUESTRA SEÑORA DE LA ESPERANZA, EXPECTACIÓN POR EL PARTO, NUESTRA SEÑORA DE LA O.



De la Virgen apocalíptica procede directamente otro tipo iconográfico, que es el de Nuestra Señora de la Esperanza, o de la O. Es una representación que, en toda su crudeza, propia de una época de mucha fe y poca aprensión, resulta ahora bastante rara. La fórmula de esta imagen la sugirió la mujer apocalíptica que había de dar a luz un niño. Un frontal pintado que se encuentra en el Museo Episcopal de Vich, comprueba este origen iconográfico. En él vemos a la Virgen expectante, sentada en un trono y rodeada de siete palomas que convergen hacia su seno, símbolos de los siete dones del Espíritu Santo. A su lado, y sentado también en un trono, aparece San Juan Evangelista, que con un grito de antífona de Adviento la identifica concretamente con la mujer de su visión apocalíptica. La Virgen con las siete palomas es frecuente en la iconografía cristiana, pero raramente se presenta en la forma en que aparece en dicho frontal. En la mayoría de los casos, las siete palomas están relacionadas con la Virgen que forma parte culminante del árbol de Jesé.

La representación de la Virgen en la espera del parto, denominada con el nombre de Nuestra Señora de la Expectación o de la Esperanza, se volvió frecuente a fines de la Edad Media, cuando se instituyó la fiesta de la Expectación de la Virgen, celebrada el 18 de diciembre.

Este tema parece haber sido particularmente popular en España y Portugal, donde las Vírgenes de este tipo llevan el nombre de Nuestra Señora de la O, sea a causa de la forma ovoidal de su vientre abombado, sea, de acuerdo con otra explicación tomada de la liturgia, porque en la semana precedente a la Navidad las antífonas cantadas en los oficios comienzan por la letra O.

Contrariamente a lo que afirman algunas corrientes historiográficas, según las cuales la Iglesia de Trento ordenó suprimir la imagen de la Santísima Virgen embarazada, por considerarla incómoda, lo cierto es que las representaciones de la Madre de Dios embarazada o amamantando son muy habituales en la iconografía cristiana.

Según consigna Mario Cecchetti en un interesante artículo publicado en Avvenire, las Vírgenes del Parto catalogadas en Europa, desde España hasta Escandinavia, son unas 80, aunque otros expertos elevan el número a unas 150 imágenes o tallas conocidas. Las reservas del Concilio tridentino, lejos del pretendido puritanismo que se les atribuye, se deberían más bien a prevención frente a ciertas herejías como la docetista, precisamente porque ésta negaba al Cristo verdaderamente humano.

Algunas imágenes podían dar pábulo a este tipo de interpretaciones, como la representación de la Virgen en el momento de la Anunciación (y por tanto, en el momento de la concepción) llevando en el seno a un niño de casi nueve meses (es decir, un embarazo desproporcionadamente avanzado).

Otra de las figuraciones controvertidas teológicamente eran aquellas que ponían en el seno de la Virgen a las tres Personas de la Santísima Trinidad, teoría que no explica adecuadamente el dogma de la Encarnación: María es Madre de Dios Hijo, pero no de Dios Padre ni de Dios Espíritu Santo.

El origen de la representación de la Virgen embarazada debe situarse, según algunos, en la iconografía oriental. La devoción a la Virgen en el inicio de su maternidad no reviste sólo un simple carácter sentimental; donde María acoge al Verbo, allí está representada la Iglesia, y también todo cristiano, cuando acoge el Anuncio de la Salvación y se deja fecundar por él.

sábado, 10 de diciembre de 2011

12 DE DICIEMBRE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE. NICAN MOPOHUA :Texto original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego)

NICAN MOPOHUA



(Texto original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego)

Relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.

En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera se apareció poco ha la siempre Virgen María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe. 

Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se cuentan) todos los milagros que ha hecho.

PRIMERA APARICIÓN

Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco.

Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan.

Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?"

Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".

Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.

Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris.

Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.

Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".

Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.

Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.

Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo".

Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo" Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.

Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo que entrara.

Luego que entro, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y t e oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido".

Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

SEGUNDA APARICIÓN

En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.

Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido..."

Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro.

Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía". Le respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad.

Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido.

Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”. Respondió Juan Diego: ”Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.

Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto”.

Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse en las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver enseguida al prelado.

Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora de Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió.

Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo.

Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

TERCERA APARICIÓN

Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso e creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”.

Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió, porque cuando llegó a su casa, un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.

Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que llevase la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo deprisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando”.

Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.

CUARTA APARICIÓN

Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes.

La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿Adónde vas?” ¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó?.

Juan Diego se inclinó delante de ella; y le saludó, diciendo: “Niña mía, la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte.

Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña; mañana vendré a toda prisa”. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó”.

(Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera.

La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo: “Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me vise y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; Enseguida baja y tráelas a mi presencia”.

Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la noche, que semejaba perlas preciosas.

Luego empezó a cortarlas; las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo.

Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido”.

Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.

Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros, que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento.

Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.

Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que tría y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y al ver que todas eran distintas rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas.

Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no se veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. Enseguida mandó que entrara a verle.

Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad.

Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla.

Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.

Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. He las aquí: recíbelas”.

Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.

Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y con el pensamiento.

El señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la señora del Cielo.

Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erija su templo”.

Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse.

Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.

Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía.

Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho.

Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del Cielo; La que, diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac. Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo.

También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina del Tepeyácac, donde la vio Juan Diego.

El Señor obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo; la sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen.

La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.

jueves, 8 de diciembre de 2011

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA 8 DE DICIEMBRE

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA




"Dios inefable, cuyas vías son la misericordia y la verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de uno a otro confín fuertemente y dispone todo con suavidad, habiendo previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilisima de todo el género humano que había de derivarse de la culpa de Adán, y habiendo determinado en el misterio escondido desde todos los siglos cumplir por la encarnación del Verbo la primera obra de su bondad con un misterio todavía más secreto, a fin de que el hombre, empujado a la culpa por la astucia de la diabólica iniquidad, no pereciese, contra su misericordioso propósito, y para que lo que había de caer en el primer Adán fuese más felizmente levantado en el segundo, eligió y señaló desde el principio, y antes de todos los siglos, a su unigénito Hijo una Madre, de la cual, habiéndose hecho carne en la feliz plenitud de los tiempos, naciese; y tanto la amó por encima de todas las criaturas, que solamente en ella se complació con señaladísima benevolencia..." 

Como nos lo indican las anteriores palabras de Pío IX, la concepción inmaculada de la Virgen María es un maravilloso misterio de amor. La Iglesia fue descubriéndolo poco a poco, al andar de los tiempos. Hubieron de transcurrir siglos hasta que fuera definido como dogma de fe. Y no es extraño, porque Dios lo reveló obscuramente, y ello en dos momentos decisivos de la historia del mundo y en dos instantes extremos de la vida de Cristo. Y los hombres somos lentos en comprender, en descifrar el íntimo significado de las cosas. 

En los albores de la creación, luego que Adán pecó seducido por Eva, arrastrándonos a todo al misterio de tristeza, al pecado, quiso Dios enviarnos un mensaje de esperanza: una mujer llevaría en brazos al hombre que había de quebrantar la cabeza de la serpiente; una mujer quedaria íntimamente asociada al Redentor en una lucha que habia de terminar con la derrota satánica. Si el demonio engañó al hombre por la mujer, la mujer debelaría al demonio por el hombre y con el hombre. 

No era ya noche, sino que comenzaban los levantes de la aurora, la plenitud de los tiempos, cuando el ángel se acercó a una virgen de Nazaret, en Galilea, y le dijo: "Alégrate, la llena de gracia, el Señor es contigo". 

Dijo Dios a la serpiente: "Pondré enemistades entre Ella y tú". Y ahora el ángel, como un eco, penetrando en el alma de Maria a través de sus claros ojos, la saludaba de gracia llena. Pero ¡es tan obscuro todo esto! Apenas si luego se podía comprender más, cuando vino Cristo al mundo y la Revelación se hizo palpable. Los primeros hombres que le contemplaron fueron pastores rudos. Le vieron en una gruta, recién nacido, clavel caído del seno de la aurora, glorificando las pobres briznas de heno, cual rezó Góngora en su delicioso villancico, Le miraban con ojos redondos, absortos, llenos de un asombro sencillo y elemental. Estaba en brazos de Ella, Madre de Dios. circundada por un halo de celestial ternura. 

Otro día las pajas del heno se habían transformado ya en leños duros y clavos atormentadores. Los labios de Él bebían sangre, sudor y lágrimas en lugar de blanca leche bajada del cielo. Ella estaba de pie, sufriendo, rodeada por un velo negro de severo dolor: la nueva Eva, la compañera del Redentor, la Corredentora. Y así la contemplaban discípulos acobardados, soldados indiferentes, chusma. 

Madre de Dios, Corredentora... Las mentes de los Santos Padres primero, de los teólogos medievales después, fueron desentrañando el significado de tales palabras. Comprendieron el llena de gracia a la luz del pesebre y el pondré enemistades al fulgor del Calvario. fueron comprendiendo que la dignidad de Madre de Dios está reñida con todo pecado; que su oficio de corredentora exige la inmunidad de la mancha original, a fin de poder merecer dignamente, con su Hijo, liberarnos de la culpa. Todavía hoy siguen estudiando los teólogos el abismo de pureza que es la concepción de Maria, y, al analizar sus raíces y su contenido, renuevan la escena de Belén; asombro y más asombro ante la profundidad del misterio. 

Cuando la Iglesia tuvo plena, formal, explícita conciencia de que la limpia concepción de María era doctrina contenida en la Revelación y, por tanto, objeto de fe, pasó a definirla como tal. Y nos dijo Pío IX: "La doctrina que afirma que la Virgen, en el primer instante de su concepción, fue preservada inmune de toda mancha del pecado de origen por una singularísima gracia y privilegio de la omnipotencia divina y en atención a los méritos del Redentor del género humano, es doctrina revelada y ha de ser así creída por los cristianos". 

Así, con toda la densidad de concepto—cada palabra encierra una indispensable idea—, con toda la sobriedad de estilo—dureza y linea escueta—propias de una definición dogmática, venía el Papa a enseñarnos que la Inmaculada Concepción es un misterio de amor. Porque no sólo nos definió que la Virgen fue preservada del pecado de origen, sino que lo fue por los méritos de la pasión de Jesús. 

Para llegar a entender plenamente estas palabras con toda la preñez de sentido histórico que contienen, sería menester remontarnos a los principios de las disputas teológicas sobre la Inmaculada: fuera necesario desempolvar infolios sin término, recorrer e] proceso de las ideas que fueron a desembocar en el cuadro justo de la definición dogmática. Porque si bien el sentimiento del pueblo cristiano proclamaba fuertemente la inocencia de la Madre de Dios, si a todos era manifiesta la conveniencia de atribuir a María tal privilegio, los teólogos, que representan en la Iglesia el papel de la razón, a la que corresponde la a veces enojosa tarea de frenar impulsos sentimentales carentes de fundamento objetivo, de medir críticamente los motivos de asentimiento a una cualquier doctrina o los de su repulsa, los teólogos no sabían cómo conciliar dos cosas aparentemente contradictorias: la gloria de Cristo y la pureza de su Madre. 

Estaban claros los términos del problema: Cristo es redentor del género humano, su gloria brota de la cruz. Cristo nos amó en cruz y las flores de su amor son rosas de pasión. El influjo de Cristo sobre todos los hombres se realiza implicado en el misterio de iniquidad: sufrió por salvarnos de la culpa y merecernos la gracia; su acción santificante viene precedida y condicionada por la previa remisión del pecado. Si Maria fue siempre pura, si no lo contrajo, Cristo no sufrió por Ella. Si no sufrió por Ella, la rosa más hermosa de la humanidad escapa del rosal de su pasión, del riego generoso de su sangre. Ni el influjo santificador de Cristo se extiende a su Madre, ni es Redentor universal del genero humano al sustraérsele la bendita entre las mujeres. 

¡Gloria de Cristo!... ¡Pureza de María... 

Claro que todas estas cosas, en apariencia distantes, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, el ser y la nada, la bondad y el pecado, la fuerza y la flaqueza, se unen siempre por un aglutinante de ilimitada potencia: el amor. 

Cuando Duns Escoto formula la definitiva solución del problema lo hace con trazos sencillos. Podría resumirse así: es más glorioso para Cristo preservar a María que extraerla del pecado; sufrir en la cruz para evitar que contrajese la culpa que no para limpiarla después de manchada, pues ello encierra un beneficio mucho mayor. Los escolásticos, ya lo sabemos, no eran amigos de ciertos aspectos sentimentales del querer y no prodigan la palabra "amor", sino que se atienen a describirlo con macizos conceptos, a desentrañar su esencia. Tenían que venir los Pontífices a Aviñón y esparcirse por Europa el gusto de lo provenzal; tenía que venir Lulio a escribir teología y filosofía en forma de novela, de poema, de apólogo. Las fórmulas escuetas se llenarían de colorido y de sentimiento palpitante, se describirían los amores divinos con palabras entrañablemente humanas, hasta que el barroco, rebasando toda medida y pisando los umbrales de la irreverencia, no se hiciera de melindres al comparar a la Virgen con Venus o Juno y a Jesucristo con un fiero Marte o un Cupido travieso. 

La Inmaculada Concepción de María es una obra de perfecto amor, una perfecta glorificación de Cristo. 

La preservó del pecado porque la amó más que a nosotros, a Ella, bendita entre las mujeres. 

Pero vamos más allá. El hecho de la preservación de la culpa es sólo uno de los aspectos de la gracia inicial de la Virgen. Ya en aquel momento era un abismo de belleza. Como decía Pío IX, la Virgen fue "toda pura, toda sin mancha y como el ideal de la pureza y la hermosura: más hermosa que la hermosura, más bella que la belleza, más santa que la santidad y sola santa, y purisima en cuerpo y alma, la cual superó toda integridad y virginidad y Ella sola fue toda hecha domicilio de todas las gracias del Espíritu Santo y que, a excepción de sólo Dios, fue superior a todos, más bella, santa y hermosa por naturaleza que los mismos querubines y serafines y todo el ejército de los ángeles, para cuyas alabanzas no son en manera alguna suficientes las lenguas celestes y terrenas". La gracia es belleza: participación de la naturaleza divina, del ser de Dios, quien es la belleza por esencia, y la pureza, y la santidad, y la ternura, y el goce. En el instante de su concepción recibió María una gracia superior a la de todos los santos, querubines y serafines; participó de la belleza, de la pureza, de la santidad divinas, como a ninguna otra criatura ha sido dado, excepción hecha de Cristo. 

Murió Jesucristo en la cruz no solamente para preservarla de la culpa, sino para darla toda la gracia y la hermosura de que era capaz, para hacer de Ella la perfecta mujer. La amó, se dio a Ella en el dolor para hacer de Ella perfecta Madre, la perfecta compañera en la obra redentora. La Concepción Inmaculada de Maria no es, en resumen, sino la flor de un dolorido amor, dolor de amor en flor. 

La doctrina inmaculista sobrepasa en belleza a toda consideración humana. El amor y la hermosura alcanzan cumbres no logradas por Platón ni por el Renacimiento, ni mucho menos por los vacios estetas de nuestro inconsistente mundo actual. La mayor gloria de Cristo se cifra en la belleza espiritual de una mujer—madre y compañera—. Su sangre dió fruto perfecto al injertarse en las venas de la raza humana, en una mujer. Cristo, en una palabra, nos ensefió cómo se ama a la mujer. 

La mujer no es para el hombre, discípulo de Cristo, solamente una compañera en el oficio de procrear y de educar los hijos, o en la tarea de llevar serena y acompasadamente las cargas de la vida. Mucho menos es un objeto de placer egoísta. La mujer es un objeto de amor, pero de un amor tal y como lo entendió Cristo. 

Nos enseñó Cristo que amar es darse. Vino al mundo para darnos la gracia, pero nos la dió de su plenitud: a comunicarnos lo que Él era. Hijo de Dios, vino a darnos una participación de su filiación divina. Dios hecho carne, vino a divinizar la carne nuestra. Estábamos en pecado, carentes de gracia y de hermosura, llenos de horror y fealdad, y vino a regalarnos de la suprema belleza que es Él. 

Y a María en sumo grado. Fue divinamente bella en intensidad—más que toda criatura—y en extensión temporal, siempre, siempre limpia, sin que en momento alguno fuese manchada. 

Pero este darse se realiza en cruz. Se abren los brazos y se abre el corazón, mas los brazos quedan prendidos por los clavos y el corazón es rasgado por una lanza. Después de la culpa es ley que el amor florezca en dolor; que el darse cueste dolor: que el darse entrañe sacrificio. Antes del pecado era goce, reflejo del goce inefable inherente a ese darse continuo que constituye la vida interna de la Santísima Trinidad. Luego del pecado, la entrega del hombre a las criaturas para comunicarles algo de su perfección interna mediante el trabajo cuesta sudor de la frente. La mutua entrega del hombre y la mujer sólo fructifica a través del dolor. 

Cristo pudo comunicarse a nosotros, darse, en goce. Pudo redimirnos con un solo acto de su voluntad, pero quiso ser igual a nosotros, obedeciendo a la ley del amor, que es asimilativa: quiso experimentar hasta lo sumo lo que nos cuesta a nosotros amar de veras—sufrir, morir—: quiso beber hasta las heces el cáliz del verdadero amor. Y el fruto acabado de tal dolorido amor fue la mujer perfecta. Se entregó a Ella en dolor no solamente para salvarla de la culpa, sino para preservarla, para darle una pureza y una santidad totales. 

Y éste es, sencillamente, el paradigma. Cuando el Espíritu Santo quiere enseñar a los hombres cómo deben amar a las mujeres, inspira a San Pablo aquellas palabras: "... como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella, para santificarla..., a fin de hacerla aparecer ante sí gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada". Nosotros podemos concretar esta doctrina en la Santísima Virgen, dándole una novedad y profundidad de sentido de extraordinario valor. Dado que la Virgen María es prototipo de la Iglesia, podríamos decir: Amad a la mujer como Cristo amó a María, sacrificándose por Ella para que fuese gloriosamente santa e inmaculada en su presencia, para que careciese de toda mancha y fealdad en el espíritu. El hombre ha de entregarse a la mujer y por la mujer, no para satisfacer deseos de un placer cualquiera, sino para glorificarla en su presencia dándole pureza, para elevar su espíritu, para hacerla santa. 

La mujer es para el hombre, ante todo, un contenido de valores espirituales a perfeccionar mediante la entrega. Esta entrega se hará muchas veces en cruz. El amor sólo florece en sacrificio: sacrificio de renuncia al placer siempre que éste amenace con arrastrar a la culpa, con ahogar al espíritu; sacrificio de la tolerancia hacia las debilidades del vaso más flaco, de la comprensión hacia sus exigencias intimas: del respeto por la que es compañera y no sierva en las luchas de la vida y posee un alma bañada en la sangre de un Dios. Ir comunicando—amorosamente, sacrificadamente, cotidianamente—a la mujer la plenitud de valores que puede encerrarse en los sueños de un hombre. Sacrificarse por ella hasta conseguir que llegue a ser lo que se sueña que sea. 

Y el ideal de la mujer, María. Aspire la mujer a parecerse a Ella en la plenitud de la pureza y de la gracia. Si las mujeres se esfuerzan por reflejar en si mismas el ideal de María, sus almas rebosarán de gracia y santidad. Y en sus cuerpos morará el pudor y sabrán de la gracia inédita de la virgen cristiana, que tanto encierra de flor, de trino, de nieve, de rayo de luna. Y otra vez la hermosura casta florecerá en la tierra y el amor humano volverá a comprender su misión primitiva de conducir a los hombres a Dios, 

Sueñe el hombre a la mujer que Dios le depare cual otra María. Si los hombres se dejan invadir por el hálito divino que irradia la figura de María, si la graban fuertemente en su corazón, si comprenden que Ella es la Mujer, la bendita entre las mujeres, el prototipo de lo femenino, verán cómo su luz ilumina y transforma las figuras de todas las mujeres—las madres, las novias, las esposas, las hijas—, las idealiza, las endiosa. Y entonces el hombre tendrá fuerza para sacrificarse por la mujer como Cristo se sacrificó por María, hasta hacerla aparecer gloriosa de inocencia, de santidad, de fecundidad espiritual. 

La Inmaculada Concepción no es solamente una gloria de María. Se ha convertido para nosotros en ejemplo, en poema, en canto de belleza. Nos ha descubierto lo que tiene de perfecto, de grande, de sublime, el humano amor. Nos ha desvelado el secreto de amar. 

PEDRO DE ALCÁNTARA MARTÍNEZ, O. F. M. 

viernes, 7 de octubre de 2011

7 DE OCTUBRE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO






La Virgen María, en persona, le enseñó a Santo Domingo de Guzmán a rezar el rosario en el año 1208 y le dijo que propagara esta devoción y la utilizara como arma poderosa en contra de los enemigos de la Fe.

Domingo era un santo sacerdote español que fue al sur de Francia para convertir a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albingense. Por medio de su predicación, sus oraciones y sacrificios, logró convertir a unos pocos. Pero muy a menudo, por temor a ser ridiculizados, los convertidos se daban por vencidos. Domingo le suplicó a Nuestra Señora que lo ayudara, pues sentía que no estaba logrando casi nada.

La Virgen acude en ayuda de Santo Domingo. Se le apareció en la capilla; en su mano sostenía un rosario y le enseñó a recitarlo. Dijo que lo predicara por todo el mundo, prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y obtendrían abundantes gracias. Domingo lo predicó y muchos albingenses volvieron a la fe católica. Un creciente número de hombres se unió a la obra apostólica de Domingo y, con la aprobación del Santo Padre, Domingo formó la Orden de Predicadores (más conocidos como Dominicos). Con gran celo predicaban, enseñaban y los frutos de conversión crecían. La orden se extendió a diferentes países como misioneros para la gloria de Dios y de la Virgen.

El rosario se mantuvo como la oración predilecta durante casi dos siglos. Cuando la devoción empezó a disminuir, la Virgen se apareció a Alano de la Rupe y le dijo que la reviviera. La Virgen le dijo también que se necesitarían volúmenes inmensos para registrar todos los milagros logrados por medio del rosario y reiteró las promesas dadas a Santo Domingo referentes al rosario:

1.Quien rece constantemente mi Rosario recibirá cualquier gracia que me pida.
2.Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
3.El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.
4.El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.
5.El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
6.El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.
7.Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.
8.Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.
9.Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.
10.Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.
11.Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12.Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13.He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.
14.Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
15.La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.


La batalla de Lepanto

La Virgen del Rosario es una verdadera vencedora de batallas. Europa y con ella toda la cristiandad estaba en grave peligro de extinción. Humanamente, no había solución para la amenaza del Islam. Los Musulmanes se proponían hacer desaparecer, a punta de espada, el cristianismo. Ya habían tomado Tierra Santa, Constantinopla, Grecia, Albania, África del Norte y España. En esas extensas regiones el cristianismo era perseguido. Después de 700 años de lucha por la reconquista, España y Portugal pudieron librarse del dominio musulmán en el año 1492.

En la época del Papa Pío V (1566 - 1572), los musulmanes controlaban el Mar Mediterráneo y preparaban la invasión de la Europa cristiana. Los reyes católicos de Europa estaban divididos y parecían no darse cuenta del peligro inminente. El Papa pidió ayuda pero se le hizo poco caso. El 17 de septiembre de 1569 pidió que se rezase el Santo Rosario. El 7 de octubre de 1571 se encontraron las dos flotas en el Golfo de Corinto, cerca de la ciudad griega de Lepanto. La flota cristiana entró en batalla contra un enemigo muy superior en tamaño. Antes del ataque, las tropas cristianas rezaron el santo rosario con devoción. La batalla de Lepanto duró hasta altas horas de la tarde pero, al final, los cristianos resultaron victoriosos. El poder de los turcos en el mar se había disuelto para siempre. En Roma, el Papa se hallaba recitando el rosario en tanto se había logrado la decisiva y milagrosa victoria para los cristianos. El Papa salió de su capilla y, guiado por una inspiración, anunció con mucha calma que la Santísima Virgen había otorgado la victoria.


Una oración muy recomendada


Los Papas, especialmente los más recientes, han hecho gran énfasis sobre la importancia del rosario, ya que es una oración al alcance de todos y un modo práctico de fortalecer la unidad de la vida familiar.

El rosario fue recomendado por la Virgen en diversas apariciones. La Virgen llevaba un rosario en la mano cuando se le apareció a Bernardita en Lourdes o cuando se les apareció a los tres pastorcitos en Fátima. Fue en Fátima donde ella misma se identificó con el título de "La Señora del Rosario".


Octubre, mes del Rosario

La Iglesia con especial énfasis en este mes nos invita a vivir los misterios de la vida de Cristo y de Nuestra Madre, la Virgen María, para que nosotros los cristianos los reproduzcamos en nuestra vida: en la oración a través del rosario, oración simple y piadosísima, y en cada momento de la vida.

Regalémosle a Nuestra Madre el rezo piadoso del rosario, como un conjunto de oraciones, a modo de rosas que le obsequiamos. Podemos acompañar el rezo con una Novena a Nuestra Señora del Rosario:

Oración inicial: ¡Oh Madre y clementísima Virgen del Rosario! Vos que plantasteis en la Iglesia, por medio de vuestro privilegiado hijo Domingo, el místico árbol del Santo Rosario, haced que abracemos todos tu santa devoción y gocemos su verdadero espíritu; de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón, por los pecadores medicina y por los justos aumento de gracia. Amén.
Pedir aquí con confianza la gracia que se desea obtener con esta novena.

Oraciones finales: ¡Oh Santísima Virgen, Madre de Dios, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos! Por aquella confianza y autoridad de Madre con que podéis presentar nuestros ruegos al que es árbitro soberano de nuestro bien empeñad una y otra en favor nuestro. Conseguidnos el reformar con el Santo Rosario nuestras vidas, estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de vuestro Hijo Jesús, hasta que podamos adorarlo y amarlo por todos los siglos de los siglos. Amén.

DÍA PRIMERO: "Dios te salve". ¡Cuanto mi alma se alegra, amantísima Virgen, con los dulces recuerdos que en mi despierta esta salutación! Se llena de gozo mi corazón al decir el "Ave María", para acompañar el gozo que llenó Vuestro espíritu al escuchar de boca del Ángel, alegrándome de la elección que de Vos hizo el Omnipotente para darnos el Señor. Amén. Concluir con las oraciones finales.

DÍA SEGUNDO: ¡"María" nombre santo! Dignaos, amabilísima Madre, sellar con vuestro nombre el memorial de las súplicas nuestras, dándonos el consuelo de que lo atienda benignamente vuestro Hijo Jesús, para que alcancemos aburrimiento grande a todas las vanidades del mundo, firme afición a la virtud, y ansias continuas de nuestra eterna salvación. Amén. Concluir con las con las oraciones finales.

DÍA TERCERO: "Llena eres de gracia". ¡Dulce Madre! Dios os salve, María, sagrario riquísimo en que descansó corporalmente la plenitud de la Divinidad: a vuestros pies se presenta desnuda mi pobre alma, pidiendo la gracia y amor de Dios, con el que fuisteis enriquecida, haciéndote llena de virtud, llena de santidad y llena de gracia. Amén. Concluir con las oraciones finales.

DÍA CUARTO: "El Señor es contigo". ¡Oh Santísima Virgen! Aquel inmenso Señor, que por su esencia se halla con todas las cosas, está en Vos y con Vos por modo muy superior. Madre mía venga por Vos a nosotros. Pero ¿cómo ha de venir a un corazón de tan poca limpieza, aquel Señor, que para hacernos habitación suya, quiso con tal prodigio, que no se perdiese, siendo Madre vuestra virginidad? ¡Oh! muera en nosotros toda impureza para que habite en nuestra alma el Señor. Amén. Concluir con las oraciones finales.

DÍA QUINTO: "Bendita Tu eres entre todas las mujeres" Vos sois la gloria de Jerusalén: Vos la alegría de Israel: Vos el honor del pueblo santo de Dios. Obtenga por vuestra intercesión nuestro espíritu la más viva fe, para considerar y adorar con vuestro santo Rosario las misericordias que en Vos y por Vos hizo el Hijo de Dios. Amén. Concluir con las oraciones finales.

DÍA SEXTO: "Bendito es el fruto de tu vientre Jesús". Lloro, oh Madre mía, que haya yo hecho tantos pecados, sabiendo que ellos hicieron morir en cruz a vuestro Hijo. Sea el fruto de mi oración, que no termine nunca de llorarlos, hasta poder bendecir eternamente aquel purísimo fruto de vuestro vientre. Amén. Concluir con las oraciones finales.

DÍA SÉPTIMO: "Santa María, Madre de Dios". No permitáis se pierda mi alma comprada con el inestimable precio de la sangre de Jesús. Dadme un corazón digno de Vos, para que amando el recogimiento, sean mis delicias obsequiaros con el santo Rosario, adorando con él a vuestro Hijo, por lo mucho que hizo para nuestra redención, y por lo que os ensalzó, haciéndote Madre suya. Amén. Concluir con las oraciones finales.

DÍA OCTAVO: "Ruega por nosotros pecadores". ¡Madre de piedad! A Vos solo dijo aquel Rey soberano de la gloria: Vos sois mi Madre. Alcanzadme humildad y plena confianza, dispuesto de este modo, con el auxilio de Dios, a recibir los favores de la Divina misericordia, por los méritos de vuestro Hijo y Redentor nuestro. Amén. Concluir con las oraciones finales.

DÍA NOVENO: "Ahora, y en la hora de nuestra muerte", estamos siempre expuestos a perder la gracia de Dios. Haced que no se aparte de mi memoria al último momento de la vida, que habrá de ser decisivo de mi eterna suerte. ¡Oh Madre de piedad! concededme el consuelo de morir bajo vuestra protección y en el amor de mi Jesús. Amén. Concluir con las oraciones finales.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA 8 DE SEPTIEMBRE



NATIVIDAD DE MARÍA




TOMADO DE ACIPRENSA


La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, el cual se cierra con la Dormición, en agosto. En Occidente fue introducida hacia el siglo VII y era celebrada con una procesión-letanía, que terminaba en la Basílica de Santa María la Mayor. 



El Evangelio no nos da datos del nacimiento de María, pero hay varias tradiciones. Algunas, considerando a María descendiente de David, señalan su nacimiento en Belén. Otra corriente griega y armenia, señala Nazareth como cuna de María. 

Sin embargo, ya en el siglo V existía en Jerusalén el santuario mariano situado junto a los restos de la piscina Probática, o sea, de las ovejas. Debajo de la hermosa iglesia románica, levantada por los cruzados, que aún existe -la Basílica de Santa Ana- se hallan los restos de una basílica bizantina y unas criptas excavadas en la roca que parecen haber formado parte de una vivienda que se ha considerado como la casa natal de la Virgen. 

Esta tradición, fundada en apócrifos muy antiguos como el llamado Protoevangelio de Santiago (siglo II), se vincula con la convicción expresada por muchos autores acerca de que Joaquín, el padre de María, fuera propietario de rebaños de ovejas. Estos animales eran lavados en dicha piscina antes de ser ofrecidos en el templo.

La fiesta tiene la alegría de un anuncio premesiánico. Es famosa la homilía que pronunció San Juan Damasceno (675-749) un 8 de septiembre en la Basílica de Santa Ana, de la cual extraemos algunos párrafos:

"¡Ea, pueblos todos, hombres de cualquier raza y lugar, de cualquier época y condición, celebremos con alegría la fiesta natalicia del gozo de todo el Universo. Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo. Ésta escuchó la sentencia divina: parirás con dolor. A María, por el contrario, se le dijo: Alégrate, llena de gracia!

¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador. ¡Oh felices entrañas de Joaquín, de las que provino una descendencia absolutamente sin mancha! ¡Oh seno glorioso de Ana, en el que poco a poco fue creciendo y desarrollándose una niña completamente pura, y, después que estuvo formada, fue dada a luz! Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia apareció en la Tierra y convivió con los hombres".

Si pensamos por cuántas cosas podemos hoy alegrarnos, cuántas cosas podemos festejar y por cuántas cosas podemos alabar a Dios; todos los signos, por muchos y hermosos que sean, nos parecerán tan sólo un pálido reflejo de las maravillas que el Espíritu de Dios hizo en la Virgen María, y las que hace en nosotros, las que puede seguir haciendo... si lo dejamos.

El nombre de María

Su belleza, amada de Dios, estrella del mar, señora y también el de iluminada. Todo depende de las múltiples interpretaciones que se hagan de las palabras que forman el nombre, tanto en griego como en hebreo. 

Incluso hay quien cree que puede significar "mar amargo", por la situación de amargura en que vivía el pueblo de Israel. Recuerda que muchos israelitas ponían a sus hijos los nombres que más expresaran las situaciones sociales y económicas en que vivían.
También es importante destacar que en 1683, el Papa Inocencio XI declaró oficial una fiesta que se realizaba en el centro de España durante muchos años y que es la del "Dulce nombre de María".
Se cuenta que la primera diócesis que celebró oficialmente la fiesta fue la de Cuenca. Pero, la onomástica del "Dulce nombre de María" tiene fecha propia, y es la del 12 de septiembre. Es bueno que sepas que hay muchas "Marías" que celebran su fiesta durante este día y no el 15 de agosto.


Los santuarios y la Natividad de María
Muchos santuarios marianos de todo el mundo celebran su fiesta el 8 de septiembre. La mayoría son aquellos que basan su historia en la tradición de que la imagen que se venera ha sido hallada por casualidad por un animal -normalmente suele ser un toro- o por una pastorcilla. Es el caso de santuarios catalanes como el de Montserrat, Núria, el Tura, o el de Maritxell de Andorra. Hay otros templos que, a pesar de que no tienen esta tradición, aprovechan la festividad de la Natividad de María para hacer una conmemoración festiva.


Fuentes de la Mariología
Obtenemos noticias sobre la Virgen Madre de Dios y de la Iglesia:
De las fuentes de la Revelación: Palabra de Dios escrita (Sagrada Escritura) y Palabra de Dios transmitda de viva voz a través de todas las generaciones (Tradición).


 En la Biblia, en el Antiguo Testamento, nos habla de la Virgen de manera misteriosa. En el Génesis aparece íntimamente llegada a la promesa del Redentor inmediatamente después del pecado de nuestros progenitores, así como Eva estaba íntimamente ligada con Adán en la comisión de ese pecado. Las palabras de Yahvé: " Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza mientras tú te abalances a su calcañal " (Gén 3, l5), nos hacen ver a Cristo con María triunfando sobre el demonio tentador. En las personas bíblicas de Rut, Judit, Ester, así como en la Esposa de los Cantares y, sobre todo en la Hija de Sión, se ha visto vislumbrada la figura de María, así como en múltiples textos de los libros sapienciales, que la Iglesia recibe en su liturgia mariana. Así también aparece, según el mismo entender de los santos padres, la figura del misterio de la Virgen Fecunda en la nube que el profeta Elías divisara desde el Monte Carmelo, y que se convirtió en abundante lluvia (l Re l8, 44), con grandes beneficios para la tierra de Israel esterilizada tras larga sequía.
En el Nuevo Testamento aparece María aureolada de una sobriedad maravillosa que hace más admirables y llenos de frescor natural los relatos. En los Sinópticos (Evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas), especialmente en San Lucas, se nos manifiesta la presencia histórica de María en los hechos de la Infancia del Señor. El Evangelio de San Juan nos complementa, por decirlo así, la Mariología del Nuevo Testamento con el relato detallado del papel espiritual de María en las Bodas de Caná y al pie de la Cruz del Señor, en el Calvario. (Jn 2,l2, l9,25-27)
Los Hechos de los Apóstoles nos completan la figura neotestamentaria de María, describiéndonos su presencia en la naciente Iglesia del Cenáculo y Pentecostés y, por fin, en el Apocalipsis se vislumbra, según la constante interpretación de la Iglesia en sus Santos Padres y en la Liturgia, el misterio de la gloria de María.
La Tradición segunda gran fuente de la Palabra de Dios revelada, nos presenta a María, bien sea a través de las decisiones de los concilios y de los Sumos Pontífices acerca de sus diversos misterios, o bien en los comentarios de los Santos Padres y escritores eclesiásticos, así como también en las manifestaciones de la arqueología, del arte cristiano de todos los tiempos, y de la liturgia.


Dios prepara la Maternidad Divina de María
Dios planeó desde toda la eternidad toda la obra admirable de la Encarnación del Verbo como culminación de la creación del Universo; y como quiera que en la mente sapientísima de Dios cabía simultáneamente la previsión del mal del hombre y de su restauración por medio del mismo verbo revestido de carne mortal, dentro de toda esta visión divina estaba también con preponderante papel, la persona y la misión de María Madre del Verbo hecho carne. Así, pues, la razón misma de ser de la Virgen María estaba en los designios del Altísimo aun antes del tiempo, en su carácter de Madre del Verbo Encarnado.
Nosotros pensamos y proyectamos, pero muchas veces nuestros proyectos, por hermosos y hacederos que parezcan, permanecen en la ineficacia; no ocurre así con Dios, cuyo poder no tiene límites. De ahí que, al pensar Dios desde toda la eternidad en María, Madre de su Hijo Unigénito hecho carne, confiera a esta elegida un carácter muy específico para su existencia. Por eso podemos concluir que la elección de María no es el escoger una persona determinada para una misión específica, sino la predestinación desde antes de los siglos de una Madre para Jesucristo.
La liturgia de la Iglesia dedica con insistencia a la Madre del Señor en sus festividades los textos de los libros sapienciales en los que aparece la Sabiduría, o la Esposa, en la mente de Dios desde antes de los tiempos:
"Desde el principio y antes de los siglos me creó, y para la eternidad viviré " (Ecl 24, 9)
"Yahvé me creó en el comienzo de sus designios, antes de sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui constituida, desde el comienzo, antes del origen de la tierra."
"Cuando el abismo no existía, fui yo engendrada, cuando no había fuentes ricas en aguas. Antes que los montes fueran fundados, antes de las colinas fui yo engendrada " ( Prov 8, 22-25 )
Estas expresiones son aplicables a la Madre de Dios.
En la Bula "Ineffabilis Deus" de Pío IX leemos cómo "El Dios inefable, habiendo previsto desde toda la eternidad la lastimosísima caída de todo el género humano por la transgresión de Adán, decretó la primera obra de su bondad en el misterio oculto desde los siglos, por medio de la encarnación del Verbo.
"Es pues, la elección y predestinación de María algo íntimamente unido al decreto de la Redención que había de realizarse por el Verbo tan unido, que, concluye el Papa Pío IX, el destino de la Virgen fue preestablecido en un mismo decreto con la Encarnación de la Divina Sabiduría."
Esta predestinación de Nuestra Señora, desde la eternidad, para ser Madre de Dios, empieza a realizarse con el tiempo. He aquí cómo lo expresa el Concilio Vaticano II:
" El benignísimo y sapientísimo Dios, al querer llevar a término la redención del mundo, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo hecho de mujer... para que recibiésemos la adopción de hijos (Gál 4 4-5)
El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen." (Credo de la Misa: Símbolo de Constantinopla)
Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo" (Canon de la Misa. Concilio Vaticano II: Constitución Apostólica "Lumen Gentium", capítulo VIII n.52).
Inmaculada Concepción de María
Si en el orden de la intención divina, lo primero y primordial es la destinación de María a ser Madre de Dios, en la ejecución temporal de esos designios de la economía de Dios, el primer momento corresponde a la Concepción Inmaculada de María.
Consiste este singular privilegio de Nuestra Señora en haber sido excluida por especial bondad de Dios, y en previsión de los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, de la común suerte de los hijos de Adán que, después del pecado de este, que llamamos pecado original nacen todos privados de la gracia de Dios.
María fue, pues, redimida, pero de una manera especialísima: si nosotros somos salvados del pecado después de haber incurrido en él, la Virgen Santísima fue preservada de caer en el mismo pecado. Como hija de Adán tenía que correr esta misma suerte que nosotros, pero, como quiera que estaba destinada desde toda la eternidad a ser el Tabernáculo en el que estaría encerrado el Verbo antes de nacer en carne humana, y la Casa de Dios, según estaba escrito, debe ser siempre santa, era necesario que desde el primer instante de su existencia, desde la misma concepción, fuera "digna mansión del Hijo de Dios".
El ángel Gabriel dijo a la Virgen: " Llena de Gracia".
Mas para que esta salutación, pronunciada en nombre de Dios, suma Verdad, fuera verdadera en todo momento y en toda su extensión, era preciso que en todo momento estuviera María inmune de culpa original, puesto que la plenitud de gracia exige carencia total y absoluta de todo lo que es pecado. La Iglesia ha Visto también siempre en el misterio de la Concepción Inmaculada de María la verificación plena del anuncio hecho por Dios en el Paraíso:
"Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te aplastará la cabeza mientras tú te abalances a su calcañal" ( Gén 3, l5
La iconografía cristiana nos da un dato elocuente de la convicción del pueblo creyente de este privilegio singular de la Virgen, al presentar tan insistentemente la imagen de Nuestra Señora pisoteando una serpiente que a su vez trata de retorcerse y morderle el talón.
La Concepción Inmaculada de María es para los católicos un dogma de fe, definido el 8 de diciembre de l854 por Su Santidad el Papa Pío IX con estas palabras: "Para honor de la santa e individua Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles ".
Este privilegio de la Virgen era ya tenido por cierto en la Iglesia desde la más remota antigüedad, bien sea en la fe implícita de los primeros siglos, de la que dan testimonio San Efrén, Siro, San Ambrosio, San Agustín, etc., como en la fe explícitamente confesada antes del siglo XI con innumerables testimonios de los Padres de la Iglesia y demás escritores eclesiásticos que exaltan la pureza virginal de la Madre de Dios.
Un reflejo de esta fe era la fiesta de la Concepción de la Bienaventurada Virgen, celebrada ya en el siglo VIII en Oriente.


Efectos de la Concepción Inmaculada
Al ser concebida María sin pecado original, también debería quedar inmune de los efectos de ese pecado en la naturaleza humana, como son:
La pérdida de la gracia, del derecho al cielo y de la inmortalidad. La concupiscencia o mala inclinación al pecado en la carne, ignorancia en el entendimiento, fragilidad en la voluntad, enfermedades y muerte corporal. 

Por consiguiente, sus facultades corporales sensitivas y espirituales conservaron la más admirable armonía, sin manifestación alguna de desorden ni concupiscencia; su entendimiento gozó de espléndida lucidez, su voluntad siempre sujeta a la recta razón y a la voluntad de Dios, y, en fin, su derecho a la inmortalidad y a la incorrupción corporal.Sin embargo, María sufrió y murió, en virtud de la solidaridad con Cristo que también había de padecer y morir, no como efecto del pecado, sino como medio de expiación del mismo. 


María, llena de gracia
Al tener el privilegio de nacer inmune de pecado, o sea la parte negativa de su santificación, la plenitud de gracia verifica la parte positiva de esa admirable limpieza original del alma de María. Ya que el pecado es absolutamente incompatible con la gracia, la misma plenitud de gracia de la Virgen exige de por sí la ausencia, en todo momento, del pecado original y actual.
La gracia es una participación de la naturaleza de Dios en la creatura racional, que, entonces, vive de la vida de Dios es un don sobrenatural que infundido por Dios en el alma, nos hace justos, agradables a Dios y amigos suyos, sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
En el Evangelio de San Lucas leemos: " Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado José... entrando junto a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc l, 26-28).
Palabras semejantes de boca del arcángel en nombre de Dios no pueden menos de ser la expresión más palpable de la benevolencia divina, la que a su vez no puede ser menos que la plenitud de la gracia santificante. Esta sola prerrogativa de Nuestra Señora la haría de por sí acreedora al título especial de culto con que la honra el pueblo cristiano.


Perfecciones del alma y del cuerpo de María

Virtudes de la Madre de Dios
Juntamente con la infusión de la gracia santificante, la creatura racional, en el momento de recibirla, recibe igualmente las virtudes sobrenaturales, es decir, esas fuerzas indispensables para poner en actividad la vida nueva que le ha sido dada: la fe, la esperanza, la caridad y demás virtudes morales infusas que, juntamente con los dones del Espíritu Santo, constituyen la estructura del organismo sobrenatural, es decir, todas las facultades y poderes de obrar bien y practicar actos virtuosos que le sirvan para conseguir méritos para la vida eterna.
María Santísima, al recibir desde el primer momento de su concepción la plenitud de gracia, conjuntamente fue adornada de la más profunda fe, de la más confiada esperanza y el más encendido amor de caridad con Dios y los prójimos, además de la infinidad de virtudes morales.
En el Evangelio y en la tradición cristiana aparece María llevando a la ejecución en grado heroico todas las más hermosas virtudes de que Dios adornó su alma, para que fuera digna Madre de Cristo, Dios y hombre verdadero.
"Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas que se le han dicho de parte del Señor " (Lc l, 45)
No podría darse mejor testimonio de la fe profunda de Nuestra Señora que esta expresión inspirada de su prima Isabel.
La esperanza anima toda la existencia terrena de Nuestra Señora: en virtud de ella resplandece el misterio de su soledad y sacrificio; la vemos asimismo en la espera de la venida del Espíritu Santo, en el Cenáculo, con los apóstoles: "Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres, y con María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos." (Act l, l4)
La inmensa caridad de María la llevó a aceptar todo el peso del sacrificio que la vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo le imponía para realizar los designios de Dios en beneficio de la humanidad.
No faltan, dentro de la notoria sobriedad evangélica en todo lo referente a la Madre del Señor, ciertos rasgos simpáticos de esa inmensa caridad y misericordia de la Virgen, como en las Bodas de Caná:
"Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, en la que se hallaba la madre de Jesús... Y como faltase vino, dijo a Jesús su madre: No tienen vino... La madre dijo a los sirvientes: Haced lo que El os diga" (Jn 2, l, ll)
También expresa el breve relato evangélico las demás virtudes morales de Nuestra Señora: su humildad, que la hace considerarse "sierva del Señor", al mismo tiempo que era designada su Madre: "Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra "(Lc l, 38)
Esa humildad profunda que atrajo las bondades del cielo: "Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humilde condición de su sierva." "Porque desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones." ( Lc l, 48)
La obediencia ciega a los designios de Dios, por difíciles e incomprensibles que parecieran: "Se apareció en sueños el ángel del Señor a José y le dijo: " Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise... "Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vuelve a la tierra de Israel; porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño " (Mt 2, l3,l9)
La prudencia resplandece en su posición discreta y sencilla, a pesar de la altísima dignidad, pero conforme en todo a la economía con que Jesús se manifestaba; la justicia en su exactitud en el cumplimiento legal de la purificación: " Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, lo subieron a Jerusalén para ofrecerlo al Señor... Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: He aquí que este niño está destinado para ser caída y resurgimiento de muchos en Israel..." (Lc 2, 22,38)
La fortaleza, que la distingue como "Reina de los mártires", es la virtud que resplandece en ella durante la pasión y muerte del Señor.
"Y una espada atravesará tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones " (Lc 2,35)
La virtud de la templanza resalta de una manera peculiar en la virginidad perpetua de la Virgen. 


Virginidad perpetua de María
a. - La virginidad corporal o integridad física que supone la carencia total y perpetua de todo deleite carnal en la Virgen;
b. - La virginidad esencial del alma, o sea la voluntad de evitar todo cuanto se opone a la perfecta castidad, y
c. - La virginidad integral del sentido, o sea la inmunidad de los movimientos de concupiscencia de la carne y del placer venéreo, de tal manera que no experimentara nada menos casto.
Sin embargo, cuando nos referimos a la Virginidad perpetua de la Madre de Dios, nos referimos a la primera, es decir, a la corporal, puesto que la segunda y la tercera son consecuencias necesarias de su Purísima Concepción y de su plenitud de gracia.
La virginidad corporal de María subsiste:
l.- ANTES DEL PARTO, en la misma concepción, puesto que, según leemos en el Evangelio de San Lucas, concibió a Jesús, no de varón, sino fuera de todo concurso humano: " la virtud del altísimo te hará sombra" (Lc l, 37)
2.-EN EL PARTO, porque dio a luz a su Hijo sin violar, romper ni perforar o desgarrar el sello de la virginidad, sin dolor, por especial y portentoso milagro del poder divino "Como el rayo del sol pasa a través de un cristal sin romperlo ni mancharlo", según la hermosa expresión del catecismo del P. Astete. De manera que la mente humana se resistiría a admitir si no estuviera en el misterio de la fe.
3.-DESPUES DEL PARTO, es decir, que después del nacimiento de Cristo tampoco hubo consorcio alguno con varón, y por consiguiente no tuvo otros hijos, y ni siquiera perdió la integridad de su cuerpo de manera puramente accidental.
La triple virginidad de María antes del parto, en el parto y después del parto es un misterio de fe católica, proclamado en el Concilio Lateranense bajo el Papa Martín I, en el año 649, y también en el Concilio III de Constantinopla en el año 68O. Sin embargo, ya antes esta verdad estaba en el patrimonio de la fe cristiana.
Los primeros en proferir injurias contra este inefable privilegio de la Madre del Señor, fueron los judíos, al decir que Cristo nació verdadera y propiamente engendrado por José; más tarde completaron la farsa blasfema atribuyendo el nacimiento de Jesucristo a la obra de un soldado romano llamado Panther o Pantheres, conseja heredada por muchos protestantes y racionalistas que ven con mucho agrado la confusión entre "Parhenos", sustantivos griego que significa "Virgen", y "Panter" o "Panteros", nombre propio de un varón.
La definición del Concilio Lateranense dice:
" Si alguno, en conformidad con los santos Padres, no confiesa que la Santa Madre de Dios y siempre Virgen Inmaculada María... concibió del Espíritu Santo sin concurso de varón, y que ésta engendró incorruptiblemente, permaneciendo insoluble su virginidad después del parto, sea condenado".
El Evangelio nos ofrece el más claro testimonio de la Virginidad perpetua de María por boca de ella misma en esa hermosa expresión con la que respondió al saludo del Angel "María dijo al ángel: ¿ Cómo será esto, pues no conozco varón? " (Lc l, 34)
Expresión que indica un voto emitido, en un presente admirable, "a lo divino", y que significa: no conozco, ni he de conocer, significado este que fue refrendado por la misma autoridad de Dios, al explicarle inmediatamente el Angel del Señor: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y llamado Hijo de Dios" (Lc l, 35)
Igual explicación ofrece el Angel del Señor a su esposo José: "Estando desposada María su madre, con José, antes de que convivieran se encontró encinta por virtud del Espíritu Santo". " José, su marido, siendo justo y no queriendo denunciarla, resolvió dejarla secretamente".

Estaba pensando en esto, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueño y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu mujer, pues su concepción es del Espíritu Santo." (Mt. l, l8,2O)La antigua tradición llamaba siempre a María con el título de Aeiparthenos, palabra griega que significa: La siempre Virgen, expresión que, a la verdad, contrastaba enormemente con el ambiente pagano, y se hacía incomprensible para aquellos cuyas mejores vírgenes eran nada más que prostitutas sagradas.


Matrimonio de María con José
La perpetua virginidad de María no es obstáculo para que entre ella y San José hubiera un verdadero matrimonio. Además del testimonio evangélico de que " Estaba desposada con José " (Mt l, l8) y de que después "la recibió como esposa" (Ibid. 24), tenemos la clara explicación de que, si bien el consentimiento matrimonial tiene que tener, para su validez, como objeto el derecho mutuo al uso del cuerpo del otro cónyuge, ese derecho muy bien podía estar condicionado a un propósito, también mutuo, de no usarlo, propósito que, después del matrimonio ratificado, podía muy bien convertirse en un mutuo voto sin invalidar el mismo matrimonio. En este caso se junta un verdadero matrimonio con una verdadera virginidad, y no hay lesión alguna de la virtud de la justicia que regula los derechos matrimoniales.
Santo Tomás de Aquino presenta como razones que pueden demostrar la conveniencia de que Cristo fuera concebido y naciera de Madre Virgen:
a.- La dignidad del Padre, ya que, siendo Cristo verdadero y natural hijo de Dios, no convenía que tuviese otro Padre que compitiese con Dios tal dignidad;
b.- Su mismo nombre y calidad de Hijo o Verbo de Dios que excluye toda corrupción del espíritu;
c.- La dignidad del Hombre-Jesús, que no debía tener en su origen nada que fuera pecado, puesto que había venido a borrar el pecado del mundo;
d.- Por el fin de la encarnación del Verbo, que era para que los hombres renacieran hijos de Dios.
Sin embargo, esa misteriosa conjunción de maternidad y virginidad es siempre un misterio impenetrable, objeto exclusivo de la fe, la cual simplemente se apoya en la autoridad de Dios y en su poder infinito, que, como el ángel Gabriel explicara a la Virgen, "porque nada hay imposible para Dios" (Lc l, 37)


Perfección del cuerpo de María
Recordemos que, siendo María inmune del pecado original y, por consiguiente, de todas las taras que trajo este consigo, también tenía que quedar inmune de las imperfecciones de cuerpo y espíritu que son efecto de ese pecado, y libre asimismo de los desórdenes consiguientes.
De ahí que debamos suponer una hermosura corporal sin igual, una proporción de todas sus partes cual describe Salomón en su esposa (Cantar de los Cantares, c,4,), y más todavía, una nobleza de cualidades sensibles y espirituales cual se debía a quien había de ser la Madre de Cristo, pedagoga y reina del mejor hogar que han conocido los siglos, el de Nazaret.
Cuando nos referimos a la belleza corporal de Nuestra Señora, debemos de tener presente que no hay una belleza ideal para aplicar a Nuestra Señora; la iconografía universal se ha encargado de demostrarlo. Así es como, por ejemplo, la belleza ideal que en España o en Italia se atribuye al cuerpo de Nuestra Señora, es muy distinta de la que se tiene en Japón o en Africa Central o en Indoamérica. El tiempo también ha contribuido a fomentar este concepto, de manera que hoy a muchos dice mucho más una imagen estilizada y deshumanizada de la actualidad, que un cuadro del Renacimiento, o una talla antigua.


Himno

I

Hoy nace una clara estrella,tan divina y celestial,que, con ser estrella, es tal,que el mismo sol nace de ella.

De Ana y de Joaquín, orientede aquella estrella divina,sale luz clara y dignade ser pura eternamente;el alba más clara y bellano le puede ser igual,que, con ser estrella, es tal,que el mismo Sol nace de ella.

No le iguala lumbre algunade cuantas bordan el cielo,porque es el humilde suelode sus pies la blanca luna:nace en el suelo tan bellay con luz tan celestial,que, con ser estrella, es tal,que el mismo Sol nace de ella.

Gloria al Padre, y gloria al Hijo,gloria al Espíritu Santo,por los siglos de los siglos. Amén.


O bien

II

Canten hoy, pues nacéis vos,los ángeles, gran Señora,y ensáyense, desde ahora,para cuando nazca Dios.

Canten hoy pues a ver vienennacida su Reina bella,que el fruto que esperan de ellaes por quien la gracia tienen.

Dignan, Señora de vos,que habéis de ser su Señora,y ensáyense, desde ahora,para cuando nazca Dios.

Pues de aquí a catorce años,que en buena hora cumpláis,verán el bien que nos dais,remedio de tantos daños.

Canten y digan, por vos,que desde hoy tienen Señora,y ensáyense desde ahora,para cuando venga Dios.

Y nosotros que esperamosque llegue pronto Belén,preparemos también el corazón y las manos.

Vete sembrando, Señora,de paz nuestro corazón,y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.


Oración:

Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que, cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su Nacimiento. Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.


Poesía a la Natividad de María 

Canten hoy, pues nacéis vos,los ángeles, gran Señora,y ensáyense, desde ahora,para cuando nazca Dios. 

Canten hoy, pues a ver vienennacida su Reina bella,que el fruto que esperan de ellaes por quien la gracia tienen.

Digan, Señora, de vos,que habéis de ser su Señora,y ensáyense, desde ahora,para cuando nazca Dios.

Pues de aquí a catorce años,que en buena hora cumpláis,verán el bien que nos dais,remedio de tantos daños.

Canten y digan, por vos,que desde hoy tienen Señora,y ensáyense, desde ahora,para cuando nazca Dios.

Y nosotros, que esperamosque llegue pronto Belén,preparemos también,el corazón y las manos.

Vete sembrando, Señora,de paz nuestro corazón,y ensayemos, desde ahora,para cuando nazca Dios. Amén.

(Lope de Vega)